Juzgar y criticar resulta de lo más fácil, nos la pasamos apuntando a los errores de los demás, a sus comportamientos y decisiones y hasta sus aciertos.
Tendemos a etiquetar con adjetivos a todos y a todo lo que percibimos a través de nuestros sentidos.
Podríamos decir que juzgar es: “una opinión subjetiva por medio de la cual evaluamos moralmente aquello que estamos observando”
El acto de juzgar surge como resultado de comparar lo que sucede ( la realidad) con lo que se supone que debería suceder: una idealización de la realidad.
Cuando el comportamiento de los demás no se ajusta a nuestros deseos, necesidades y expectativas, juzgamos; y no sólo eso, sino que además vamos creando prejuicios, es decir: una suposición subjetiva que damos por cierta e inamovible.
Todos hemos oído eso de “A quien una vez mató un gato, le llaman mata gatos” y ahí vamos encajonando a las personas y encasillándolas… de hecho la palabra prejuicio en sí, significa valoración negativa, que daña, y que invita, a que cada vez que veamos a esa persona, volvamos a pensar de la misma forma sobre ella, y que inclusive vayamos añadiendo cada vez más prejuicios hacia su persona.
Por lo tanto, resulta importante revisar y cuestionar nuestros pensamientos, o podríamos caer en una distorsión continua de la realidad que nos impida ver de nuevo a la persona como realmente es.
Es así como “vamos cortando cabezas” y distanciándonos de personas con las que hemos entrado en conflicto.
Lo peor es que en el camino vamos dañando nuestra mente y envenenando nuestro corazón con emociones bien negativas como resentimiento, odio y rencor, culpa, frustración o decepción.
Y es que somos ignorantes, pues ni siquiera estamos bien informados y aún así, tenemos una visión que pudiera no resultar ni objetiva, ni constructiva.
Para dejar de juzgar el comportamiento de los demás es necesario comprender las necesidades y motivaciones que llevan a las personas a ser como son.
No sería más sano “Dejar de mirar la paja en el ojo ajeno y ver la viga en el propio?”
Si eludimos el autoconocimiento sobre quienes somos y cómo funcionamos, y por qué hacemos lo que hacemos, será imposible tener comprensión sobre la vida de aquellos que nos rodean.
Conocerse a uno mismo, requiere de valentía, honestidad y sobre todo humildad; siendo capaces de ver y aceptar ese lado obscuro que todos tenemos para trascenderlo; hacer conscientes nuestras miserias y errores, así como todo lo que nos desagrada de nosotros mismos y nos limita.
Y si, “La verdad os hará libres” aunque en un principio el proceso sea incómodo y doloroso, el ser más conscientes nos hace más responsables y auténticamente libres.
A la vez miraremos a los demás con mayor empatía, comprensión y aceptación.
¿No haría esto un mundo mejor?
FB Ana Arjona
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