En esta ocasión quisiera compartirles algunas circunstancias interesantes que he observado y hemos discutido ampliamente tanto en sesión como en la vida cotidiana específicamente en pacientes de lo que se ha dado por denominar pertenecen a la tercera edad.
Ya desde aquí empiezo con ciertos desacuerdos y me recuerda que con tal de parecer políticamente correctos de repente ponemos “apodos”, como aquella época en que nos dio por llamar a este grupo demográfico “Adultos en plenitud”.
Permítanme compartirles una experiencia que viví hace ya algunos años platicando con un hombre de alrededor de los 75 años a quien admiro no solo por su inteligencia, honestidad y congruencia, sino porque es amante de decir las cosas por y como son. Como dijo Sócrates, “La verdad os hará libres”. Así veía las cosas él.
En una de esas pláticas informales salió a colación el tema de la edad y se dijo honestamente ofendido, despreciado, segregado y burlado cuando alguien se refería a él o sus contemporáneos como un adulto en plenitud.
En la escena aparece transitando una joven que estaba en sus treintas y refiriéndose a ella me dice “mira, esa chica es exactamente un adulto en plenitud, yo soy hombre de más de 70 años que no se ofende si alguien le dijera anciano, al contrario, me recuerda lo afortunado que soy por la vida en años que he podido acumular, por los conocimientos que tanto en libros como en la experiencia misma de vivir ahora tengo como tesoro, por los paisajes, olores y comidas que he disfrutado, porque viví en pareja y crié hijos de bien que me han dado nietos amorosos.
A mí no me ofende que me digan anciano, me ofende que me pongan un apodo por lástima y que me sentencia casi casi a la resignación del final de mi vida pero disfrazado”.
Me sorprendió gratamente esta plática, me hizo pensar en el privilegio de vivir y envejecer.
No muchos han tenido ese privilegio, y creo que es momento de empezar a valorar ese tesoro llamado acumulación de vida.
He notado también que frecuentemente con la edad nos asalta el miedo. Es como si estuviéramos predispuestos a la catástrofe, a la enfermedad, a la soledad.
Pareciera que al transcurrir de la vida se nos fuera el optimismo y nos asaltara el miedo a la muerte, si, pero también a vivir.
He notado en la práctica clínica que en esta etapa de la vida se sintiera como si la diversión fuera un tabú, como si amar con pasión estuviera fuera de lugar, como si la sexualidad debiera ser anulada o restringida.
Pareciera que por alguna extraña razón aquellos que tuvieron la fortuna de ser padres cedieran el cetro y la jerarquía de ser la cabeza de la familia y tomaran el lugar de subordinados de sus hijos. Entonces me pregunto, ¿quién dijo que debía ser así?
¿Podríamos echarle la culpa a las películas costumbristas del cine mexicano? Tal vez, pero ya pasaron algunas décadas de que esta corriente estuvo en boga, aunque no quiera decir que no dejaron secuelas.
¿Será entonces las marcadas diferencias ideológicas generacionales desde los baby boomers hasta los centennials?
Creo que ambas hipótesis influyen desde la perspectiva social y cultural permeando las familias pero también debemos reconocer que a pesar de cualquier argumento es porque hemos cedido el trono y hemos dado permiso para ser desplazados a un segundo plano cuando vivimos en esta etapa de la vida que nos ocupa el día de hoy.
Observo que hay grupos de amigas y amigos de la llamada tercera edad, -no sé por qué no acabo de sentirme a gusto con el término pero como dicen por ahí, a donde fueres haz lo que vieres- que se reúnen para comer, desayunar, jugar dominó, cartas o ajedrez con cierta regularidad.
Han hecho de esta práctica una parte de su vida, aunque en algunos casos más extremos no es solo una parte, sino su vida.
A lo que quiero referirme es que temas comunes de plática en estos grupos es las enfermedades que padecen, el nuevo dolor que apareció, el hijo que no llama, pero rara vez platican de cosas que han realmente disfrutado y si lo hacen, con frecuencia se refieren a viajes o experiencias de cuando eran más jóvenes. Como si estuviera vedado planear un crucero o irse a disfrutar a un buen bar en el presente.
Me hace pensar que alguna extraña influencia ha de apoderarse de estos círculos donde el placer y el gozo están vedados.
Estar tan ocupados en estos temas provoca olvidar que viven una etapa para disfrutar lo cosechado.
Han olvidado que en su cuerpo no habitan solamente achaques, que también hay experiencia, amor, sensaciones, fuerza… ¡Vida!
Si bien es cierto enfrentarse a la certidumbre que da la lógica de que el cuerpo ha de reclamar tantos años de uso y servicio pone en alerta, ansiedad, temor, frustración y por qué no enojo ante la pérdida de agilidad, ante la aparición de una cana o arruga; también es cierto que aún no se ha presentado la muerte.
Qué tal si nos atrevemos a reconocer que esta vida está construida de dualidades, quiero decir, así como existe el bien existe el mal, hay tristeza y felicidad, hay amor y desamor. O sea hay negativo y positivo y es justo esa dualidad lo que se necesita para que haya energía, y la vida es energía. Las pilas por alguna razón tienen un polo positivo y uno negativo para funcionar, ¿no creen?

Otra anécdota curiosa que alcancé a escuchar en los pasillos del gimnasio y que quiero compartirles es la siguiente:
Dos mujeres platicaban sobre tratamientos antiarrugas y anti flacidez. Se compartían desde secretos caseros hasta cirujanos o cosmiatras.
Yo no pude evitar interesarme, era inevitable ver que les causaba emoción, que querían verse y sentirse bien. No noté envidia ni angustia por envejecer, me pareció un sincero gesto de amor propio.
Desde el punto de vista psicoanalítico me atrevería a decir que tanto la obsesión por parecer más joven como presumir nuevas enfermedades tienen el mismo objetivo, buscar la mirada del otro, sentirse visto y ya más metafóricamente si soy visto es que no he muerto y alguien se interesa por mí.
Y si no he muerto, ¿por qué matarme en vida?

Me honra que pacientes adultos y con experiencia me permitan acompañarles en ese nuevo camino de ser quienes son, de disfrutar sus anécdotas. y de permitirme ver que no han caído en el cliché de dejarse morir, sino que están entusiasmados con vivir a plenitud la vida, sin contar cuánto de ella queda o cuánto de ella consideran que desperdiciaron.
Por eso invito a todos, no importa en qué etapa de la vida nos encontremos a vivir plenamente todo, a contactar con nuestros pensamientos, emociones y afectos sin miedo.
Según la definición de la Real Academia de la Lengua española plenitud es apogeo, momento álgido o culminante de algo. Es totalidad, integridad o cualidad de pleno.
No sé a ustedes pero a mi esta definición me lleva a pensar en abundancia, en salud emocional, en alegría, en valentía.
Mónica Chong. Psicoanalista










